viernes, 20 de febrero de 2015

3.

Es extraño.

Yo amaba, antes de anoche, aquella estatua fría y negra: su rostro así, fruncido, reprochando al mundo su miseria, o sus magníficas ropas corridas al viento... Tú, anoche, acabaste con ella.

Aun al sol hace frío, pero más que contigo.

Me he sentado en un banco frente al parque de los niños. Desde aquí puedo oír sus risas, a veces dulces, algunas estridentes, inocentes todas ellas. Apenas perceptible, cual murmullo, corre la tuya. Plata suena y clara, sincera, pura, perlada.


Anoche tú también cantabas, como esas niñas rosadas hoy vestidas de sol.

Eras Luna, anoche, roja en las faldas. Albo jazmín tu pecho, y su tizne gris... Cristal vehemente tus ojos templados y verso, verso prudente y verso blanco, o púrpura allá, afuera en tus labios... Anoche lucían en oro tus cabellos pardos.


En los árboles grises se posan los negros pájaros y manchados, bajo las alas, de albo. Otros, gorriones, revolotean entre las nudosas ramas, desnudas como agujas hacia el cielo...  "¿Qué buscáis en mí?", pregunta, triste, el árbol viejo. "No tengo fruto ni hojas, y apenas mis brazos ya soportan el vendaval helado... Sólo duermo, pájaros negros: aquí sólo me resta el sueño."
Y, perdidos, los pájaros buscan su vida en la ciudad muerta.

Los árboles crujen inertes ante el viento otoñal e impasible. Yo me estremezco con ellos, y tan sólo puedo mirar... Mis ojos también crujen.


Anoche cantaban, ¡sí!, en oro, tus cabellos. Yo atrás me quedé, observándote toda, sombra enjoyada... Y fulgían ellos al viento, teñidos en pálidas flamas.

Seguí, soñé tu sombra. Tú, riente, tus faldas volaban... Corrí tras de ti temiendo, quizá, alcanzarte a los susurros... Veloz, impaciente me esperabas, como brisa, y en tus ojos me sonreían las verdes estrellas... Pedí, ansié tu cuello, pálido y frágil, bajo el claro de Luna, ya sombra.

Reinaba el silencio, ¿recuerdas? Tú estabas tan cerca, y tu alma...

Fue tras Oscuridad, en una estrecha calle. Tus labios crepitaban, sinuosos, a ras mi cuello... Tu aliento, grave brisa, palpitaba mis venas dormidas, y encendió en mis mejillas frías la tenue aurora, roja.
... Yo recorría laberintos, anchas calles... Tu espalda, agitada. Rubios tus pardos cabellos, colmaban en fulgor mis ojos, y en tus rizos pendía el fuego, la flor, la llama...

Reinaba el silencio, y entre todo él, un tímido gemir, suspiro...

Tus cabellos llovían chispas. Mi voz, susurros templaba. La Luna caída, la noche cerrada... Mis labios ansiosos, tu labia velada... Tus manos de frío prendían heladas mi espalda, y tus iris violetas mecían, perdida, mi mirada...

Anoche cantaron, en oro, tus cabellos pardos. Cantaron estrellas, etéreos los vientos... Más: esponjosas, virginales nubes, brillantinas vivas y viejos colores... Abiertos, verdes prados; espuma blanca sobre el mar y sus alcores; un cielo raso, raso y lleno, y fina flor, rosa trenzada en el cabello de un gigante... Anoche oí los breves cánticos e inmortales, allá tras el espacio y la frontera... Anoche soñó mi alma existir en su eterna primavera.

                                                                                  * * *

martes, 3 de febrero de 2015

Camino (Platero y yo)

¡Qué de hojas han caído la noche pasada, Platero! Parece que los árboles han dado una vuelta y tienen la copa en el suelo y en el cielo las raíces, en un anhelo de sembrarse en él. Mira ese chopo: parece Lucía, la muchacha titiritera del circo, cuando, derramada la cabellera de fuego en la alfombra, levanta, unidas, sus finas piernas bellas, que alarga la malla gris.

Ahora, Platero, desde la desnudez de las ramas, los pájaros nos verán entre las hojas de oro, como nosotros los veíamos a ellos entre las hojas verdes, en la primavera. La canción suave que antes cantaron las hojas arriba, ¡en qué seca oración arrastrada se ha tornado abajo!

¿Ves el campo, Platero, todo lleno de hojas secas? Cuando volvamos por aquí, el domingo que viene, no verás una sola. No sé dónde se mueren. Los pájaros, en su amor de la primavera, han debido de decirles el secreto de ese morir bello y oculto, que no tendremos tú ni yo, Platero...