martes, 16 de septiembre de 2014

Delirio #3: Oscuro, adiós, canciones y encrucijadas.

Aún recuerdo cuando me perdí en tu oscuro cabello.
Entonces todo eran luces, no había noche. Existían tus labios y los míos, que todavía te llaman.

Y no hubo ninguna respuesta.

Entonces creíamos en el amor, en otoño, cuando envejecen todas las flores.

¡Ay de nosotros!
¡De ti y de mí y lo que fuimos, atrevidos soñadores del crepúsculo!
¡Ay de los sueños que soñamos, juntos, a la luz de las velas encendidas con tu aliento, nunca dejaron de brillar!
¡Ay de tus mejillas, sonrojadas, encerradas en mil secretos, ninguno de ellos nunca supe!

Y alguna vez, quiero pensar, bebí de ti, o al menos de tu, mi, tenue sombra. Pero es ella, realidad, extraña, cruel, traidora, quien rompe mis sueños.


Angustia.

Asustado, me alejo y me refugio en las noches de madrugada, donde sólo tú y tus recuerdos me acompañan.

Y entonces vivo.

Apartado de todos ellos que son nadie y tú que sí eres, te hacen ascender, a ti y tu luz, de entre todos ellos. Te veo entonces alejada, impertinente del mundo, de todos los que te rodean.
¿Es una visión? ¿Realidad? Silencio. 

Rozas los márgenes, desprecias, entre risas y penetrantes miradas, todas mis no palabras, que son tuyas.
¿Niegas acaso tu dulzura, tu calor, tu luz, tu brillo?

¿Eres acaso tú quien dirá "no" a la hermosura?

¿Y te atreves a mirarme?
¿A mí, que soy oscuridad, frío, otoño, abismo?
¿Me das la mano? ¿Tú, que no eres más que...



Conté las palabras, todas y cada una de ellas.
Ninguna fue el "más" y los "menos" corrieron a esconderse ante tus "yo". La tempestad del mar se presentó voluntaria, pero jamás la acepté. La primavera vino como sí sola, con sus verdes y sus flores, ajena a lo viejo y olvidado. Se acercó también el Sol adornado para la ocasión. Suplicó una estrella, no recuerdo su nombre, por ti. Entregó sus lágrimas, claras, relucientes, elevadas. Y uno de tus susurros las quebró, en mil luces las deshizo.

Las transformó en risas y en primaveras.

Vinieron también los hombres, en tropel.
Se agolpaban queriendo entrar (¡como si acaso pudieran!). Sollozaban, todos ellos, una letra, una sílaba, obras completas y otras en suspensivo. Poco tardaron en regresar para cuando volvías tu mirada.


Y entonces supiste que yo buscaba aún sobre el mar, la tierra y el sol, con tanto anhelo, capricho o veneno, tu innombrabilidad, escondida en los más oscuros rincones, abatida tras tanto correr, escapar, huir.


Admiro entonces tu rostro, amargo ahora, silencioso. Tus ojos responden, ajenos a ti y a mí. Hablan de atardeceres, despedidas y melancolía.

Añoras lo ajeno a las distinciones y lo engañoso.

Y el otoño de los amores llega, como la misma muerte, dispuesto.
De ojos rojos y oscuras fauces,
me mira,
nos mira,
el pesar escondido en su rostro,
aún invisible.

Faltan palabras, todas ellas, sombras de tu sombra, escapan a mí.
Huyen.

Ya sólo resta una, suspendida en el aire, y nuestro temor, palpable entre tú y yo, de ojos a mirada.
Te decides, ante mi mudez, a descubrir y descubres (¡horror!) lo oscuro, lo negro, lo inimaginable:

Adiós.


Me das la mano.

Me aferro a ella, como amarrado en tierra firme. Nuestros rostros se juntan, tiemblan los cimientos de la tierra.
El mundo se desprende, como conmigo.
¿Notas el frío apoderarse, silencioso, de las moribundas almas?
¿Sientes huir el fuego?

Adiós.


Te marchas pisando fuerte, dejando huella. No podría, eres tú, ser de otra forma.
Detrás de ti, en el camino, observo al viento y cómo, sollozando, forma un rastro, sinsentidos y palabras sueltas.


Las he encontrado, todas las que recogí, para ti: del Sol, noche; de las estrellas, día; de los dioses, inmensidad.

De mí sólo quedan restos de canciones que jamás serán escuchadas.

Canciones, aquellas, sublimes y mortales, pertenecen a unos pocos, los verdaderos.
Ellos, que comprenden los misterios del alma.

Canciones y, más dentro, si te asomas, el abismo. Y en el interior del abismo, más profundo, los restos de un sentimiento aún cayendo, el dolor en mi aliento, ligero estallido y cien millares de ángeles, todos atentos a lo que eres, lo que fuiste, lo que fuimos.


* * *

Ante mí, un camino que aparenta soledad, como si, en silencio, quisiera ocultar un quién, un cuándo, un porqué. Más allá, en una encrucijada, la bruma se apodera del sendero, obsesiones y despechos. Allí, la guía de mis delirios nunca marca un camino.

Señala cuatro: uno al norte y tres al sur.


Y sé que nunca, que nunca soy, que ser sin ti, ser con tu adiós, no es ser.

Y yo no soy.

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