Erase una
vez un corazón rojo, fuerte y joven que bombeaba más sangre y albergaba los más
sentidos sentimientos de todos los corazones del reino.
Un día, paseando, ese corazón te conoció y... Bueno...
Imagino que todos os sabéis el resto de la historia, ¿verdad?
Una y otra vez intentándote; una y otra vez rechazado.
Bien.
La historia no acaba como todos pensáis. Ese corazón no se
suicidó. Tampoco consiguió un final feliz a tu lado, señorita, ¡sí, tú! ¡La de
la fila 13! ¿Sabe que tiene un brillo extraño en los ojos cuando ríe?
Sigamos.
Ese corazón siguió adelante con su vida. De hecho, ese
corazón continuó amándote día tras día, sin descanso. Escribió los mejores
versos y te los susurró mientras dormías. Tocó las mejores melodías y las
entrelazó en tu corazón nota a nota. También puso paz a tus sueños y combatió
contra los dragones de tus pesadillas. Ese corazón nunca dejó de amarte,
¡incluso te dejó el último trozo de aquella tarta de manzana que tanto te
gusta! Este corazón nunca dejó de ser generoso, amable y sincero. Ese corazón
te quiso y tú... Me atrevería a decir que nunca le hiciste caso pero estoy
seguro de que mentiría.
¡Oh, no! No es ninguno de vuestros padres… Tampoco hablo de
dioses ni de hombres… ¿Sabéis ya de quién estoy hablando?... ¿No?
Continúo pues.
Ese corazón perdió, con el paso del tiempo, color, fuerza y
juventud. El rojo dejó de ser tan rojo, pero no perdió su brillo. Su fuerza ya
no era la de antaño, pero seguía sin tener rival en todo el reino a la hora de
bombear sangre y sentimientos; y ya no era aquel joven de antes, pero nunca se
dio por vencido y siguió luchando día tras día.
El mundo no pudo con él y seguía sintiendo igual o más que
antes. Es cierto que perdió muchas de sus cualidades, pero sólo en algunos
aspectos. Conservó su brillo, su imbatibilidad y su sentimiento.
Y siguió amándote.
Y siguió rompiéndose.
Aquel corazón, ya viejo, te arropó en las frías noches y
avivó tu fuego en invierno. También fue esa fresca y agradable brisa que combate
contra el calor en verano. Fue música en tus fiestas y el hielo de esa “copa para
olvidar”. Se disfrazó del nosequé de
tu vestido que te hizo resplandecer por encima de todas las demás chicas en
aquella fiesta. Este corazón fue esa ocasión especial, ese encuentro inesperado
y el momento incómodo del 4 de septiembre, o del 17 de Junio.
Sí, sí,
recuérdalo.
Y nunca dejó de ser el mismo de siempre.
Me
atrevería a decir que no te percataste de todo aquello pero volvería a mentir.
¿Sabéis ahora de quién hablo? ¿Aún no?
Pues no continuaré.
Veréis, lo cierto es que esta historia no tiene final. Las
palabras huyen de mí al intentar ordenarlas, quizá para escribir un bonito
desenlace con su correspondiente moraleja. En realidad se han puesto de
acuerdo: parece ser que mi musa se ha declarado en huelga y no quiere
susurrarme nada más.
O quizá esta historia es así, coja y absurda.
O tal vez es más real de lo que pensamos.
Así, ¿qué le paso a nuestro corazón? Se rompió una y otra
vez pero nunca dejó de ser el mismo de siempre. No dejó de amarte, de ser
sincero y de entregarlo todo una y otra vez. Y tampoco quiso, jamás, dejar de romperse.
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