martes, 21 de junio de 2016

claro de luna

Cómo iba a esperarme.
Sus piernas desvaneciéndose en la arena.
Sus ojos desbordando lágrimas.
Sus manos sobre otras manos;
sus brazos en torno a un triste
cuerpo deformado.
Su voz susurrando una voz de muerte.

Quién iba a esperarme, al fin y al cabo.
Ya no quedaba de sí.
La sangre fluyendo desde sus miembros desgarrados.
La primavera, cenicienta, despertando a través
del ciego cristal durmiente, allá en la aurora.
Sus manos, azules, atisbando la ternura
de la fantasmal y gélida caricia de la noche.

Quién iba a esperarme.

Las sombras se retuercen.
Altos cipreses crecen en torno al rastro de sus faldas.
Largos sus pasos, se aleja, distante, a través
del camino celeste que guardan las estrellas.
El púrpura, suavemente, cerrando sus ojos.
Nada hay en mí esta noche.
Paciente aguardo, entre huesos, mi aurora.
Palpo los cuerpos molidos.
Mido la sombra de las cosas.

En mí no hay nada, ya,
salvo un sombrío reguero
de luz;
soberbia, desnuda plata.

miércoles, 27 de enero de 2016

vuelta

¿Qué tiene esta brisa?

Es Otoño. Las hojas
caen.
Inundan los balcones,
salas de fiestas, habitaciones
secretas (escondidas entre los
rosales, entre dos ráfagas de
viento).

La ciudad se llena
de unos colores
que no reconozco.


Cae.
Cae también una bruma.
Caen los años (no te
preocupes, son inofensivos).
Cae melancolía
por sí sola (siempre
acude de la misma forma:
la reconocerás por sus señas).
Caen dientes feroces
y me desgarran
(¿de qué otra manera?).

Se llena todo
-"alma"- -"yo"-.
Desde dentro
hacia afuera:
las esquinas, los relojes,
los altos
sótanos y oquedades y
muros entre las sábanas.
No me queda sitio ya
dentro de mí.

Las ventanas están
vacías.
Habitaciones opacas (imposible
soñar desapercibido).
Los rasgos se diluyen (sobrios)
las calles se dejan hacer;
y este llover
que reconozco apenas.

Retratos caen (entre
ellos figura tu rostro).
Las brasas, hundidas, (se han rendido)
yacen (sí, sí, se han rendido)
en lo más hondo,
lo más frío.

Mis labios también se agrietan.

No hay sitio. Me
acompaño
de los gruñidos de un sabueso (no
tiene nombre,
nunca lo ha tenido).

Me arropo entre las arrugas (islas)
de los mapas de otros mundos
(alma) (yo).

Desde fuera
hacia adentro:
los espejos, los balcones,
ventanas sobre ventanas,
azoteas encerradas en el marco de uno de esos cuentos.
Cielos abiertos abiertos abiertos (¿es
este atardecer una llama?)

Avanzo a tientas.


No, esa rosa // ¿Cómo iba // Desconozco
también está marchita: //a sobrevivir aquí // si hubo aquí un rosal
su color se apaga. // una rosa? // o son sólo mis huellas.

No tiene
espinas
esa rosa.
(como tampoco este
arrebato, ni este
lunes, o este
reflejo que me impide
ver con ojos de ave).

¿Qué tiene esta brisa?

Pretendo responder
pero es inútil (tampoco
puedo apagar esta voz
-murmullo tenue-
dentro de).

Trato de reconocer colores,
balcones, charcos.
Busco (dormido)
entre las plumas de las aves
en los aullidos de los lobos

(¿quién querría
una rosa
sin espinas?)

Es Otoño. Algunas
hojas aguardan
alma, yo
un invierno que no hiera.

(ya muertas,
se buscan de sí mismas.
Se encuentran en tejados,
vaguadas, kilómetros
nunca antes recorridos, mares
azules y extraños.)

miércoles, 13 de enero de 2016

catástrofe

Mírame
como a los días o
las horas con los nombres
que tú les das
y mueves con dedos rosáceos
y callas con de fuego labios