Olores extraños a esta orilla de Septiembre.
Rasga un rayo en las cimas de la noche. Sin dudar,
sin telas de araña que anuncien su llegada.
Yo tampoco dudo (no serviría de
nada) y me arropo, aturdido, en su huella.
En la luz, una pregunta. Simple y única,
como ciervo que corre a través del pasto
y su silencio. Una pregunta escondida
en el interior de un sobre
que aguarda dentro de otro sobre
(estaba roto ya: ya había muerto),
en la oscuridad más deslumbrante,
besar por fin la luz.
Y esa luz, su rayo,
mi noche,
mi Septiembre.
Rápidamente
entorno los ojos y
rápidamente
cierro los ojos.
Mis párpados se abren.
Microsegundos que llegan, se pasan.
Ya no hay luz
sólo una humedad
desconcertante.
Son mis manos.
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