jueves, 7 de mayo de 2015

6.

Voy contra el viento ahora, tras la luz.

Los mares, inmensos, se arrinconan; los vientos, antes huracanes, son quietud. El sol hormiguea en mi piel y mis brazos preguntan pálidos, nerviosos, si serán los tuyos, dónde, en qué lugar…


Miro.
A cada paso, a cada luz singular te busco: miro en derredor y no te encuentro. En la ciudad vacía, en el parque helado, ¿dónde te encontraré?

Y en mi corazón ruge un desgarro, y sangra púrpuras, violetas, y auroras tímidas, cristales empañados, vapores cálidos e invisibles, lluvia y afán de llover más lejos.

Así te busco en lo invisible. Te busco perdido, de noche, en invierno, sin un frío claro y un horizonte yermo, buscando el crujir de las hojas secas o el silbar de una brisa temprana… Súbito, mostrándome un inseguro camino hacia ti, tus labios rojizos, púrpuras, tus brazos morenos, tibios, tu voz agotada, viva.


Te miro.
Deseo mirarte en cada reflejo y los espejos me devuelven mi mirada seca, turbia, impregnada de una humedad que desde anoche desconozco…
Y queriendo mirarte, soy incapaz.



Te veo.
Al fin, en mediodía, tras la aurora.

Y no eres tú, no;
son tus besos a la vida, tus miradas inocentes, tus tranquilos pasos clamorosos que caminas. Son tus faldas irisadas que translucen mariposas, sus destellos efímeros y trenzados, dulcemente, en las esquinas ocultas y rosas. Son cristales fulgurosos y veloces que chorrean en las fuentes y hacen luz y tú les miras, y a mí vienen sonrojados.

Son las horas sorprendidas que, aun perladas, aun prendidas se ven traspasadas, sometidas a un lago quizá y entorpecido: las agujas de tus pasos…

Te veo, hoy. Te veo y tú me miras.
Posada estás sobre la flor desnuda, y tus delicadas alas de seda blanca... En las puertas de un bus inquieto, inquieta te marchas; y eres el suave tizne y rosa de unas mejillas anónimas...
Te veo libélula jugando entre nenúfares, no perdida, no rendida,
libre.
Sí, tú libre.

De mil colores, libre.

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