sábado, 4 de octubre de 2014

Delirio #11: Apariencia

Apariencia.
La lluvia, silenciosa, inspira con su canto los sentidos más invisibles. No hay un mañana. Hoy no.
Hoy todo es lo que parece, no existen líneas paralelas, ni segundos sentidos, y se han extraviado las indirectas. Muerta la magia en sus mejillas, y sus ojos, enfermos, grises.

Ella, marchita como flor en otoño, susurra, llora, grita.
Pero no ama.
"No", dice, "nunca más a los rotos, a los olvidos. Nunca al sol y nunca sus rayos. Desde ahora la lluvia me acompaña."

Y fue con lluvia, truenos y relámpagos. Pisó corazones rotos, inspiró almas vacías, pretendiendo, delirando, olvidar.

¿Cómo olvidar lo ya olvidado? ¿Cómo pretender, en acto de cobardía, ignorar, si amando y a base de amar, nos hacemos y somos nosotros?

Y ella amaba.
Amaba los días grises, los vestidos de flores grises y las lágrimas grises que brotaban de sus ojos grises. Nunca más hubieron mañanas, risas o miradas vivas. Todo murió en una inimaginable tarde de otoño.

Y todo se tornó más oscuro.

Cuando los amores olvidados acechan, más oscuro.
Cuando ella, dispuesta a olvidar, busca, más oscuro.

Cuando el viento, tornado, sopla a a su alrededor, corta y hiere más que los más afilados filos, más incluso que una flor recién cortada, desprende un dulce aroma y, regalada, encierra aún más que promesas, sueños.

Y encierra sus rotos, y más rotos aún, dentro de sí, muriendo por aquello que, con recelo, guarda, expectante, en un inesperado sollozo, explotar.

Y explota y todo es ruina.

Ella, enmascarada, no vuelve.
No volverá.

Nunca jamás, si jamás pudiera, escapar de sí, huir a ningún lugar, dejar de ser.

Y ella, niña de tormenta, no pudo escapar.



¿Qué me queda?

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