Apartó la vista.
- Os tiemblan las manos -señaló ella-. Me parece que preferirían estar acariciándome. ¿Tanta prisa tenéis en poneros la ropa? Os prefiero tal como estáis. En la cama, desnudos, somos nosotros de verdad, un hombre y una mujer, amantes, una sola carne, tan cercanos como pueden estar dos seres humanos. La ropa nos convierte en personas diferentes. Yo prefiero ser carne y sangre, no sedas y joyas, y vos... No sois vuestra capa blanca.
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